sábado, 20 de diciembre de 2008

Era el casamiento de mi hermana. O sea: toda mi familia ahí. Morocha (F) conocida por uno de los novios. Estaba buena. Alta, flaca y con buen culo. Lo opuesto a mi ex.
El novio de ella -en realidad era el ex desde hacía poco y contra su voluntad- estaba en mi mesa. Sus ganas de recuperarla eran evidentes.
Yo ya estaba pasado de copas y, vaya uno a saber por qué, me enfermó la mirada de ese ex no asumido. Así que lo primero que hice fue ir a buscar a la morocha. Para mi sorpresa. Hubo onda. Me le acerqué en la pista, le puse una mano en la espalda y con eso alcanzó.
Parece que el ex estuvo atento, porque en cuanto me senté en la mesa, empezó a la hablar con un amigote. No sé exactamente qué dijo, pero era dirigido a mi, y en tonito amenazante.
Yo no estaba con el mejor de los humores, ya que toda la familia así como estaba reunida, lo había estado por última vez, en mi casamiento. Era una sensación fuerte. Violenta. Y no menos violento me hacía el alcohol que llenaba mis venas.
Así que, gritándole a un amigo sentado a mi lado le grité algo como «viste la morochita esa?... está muerta, hoy la mato».
De esa noche me llevé el teléfono de la morocha y una nueva reputación entre familiares y clientes de langa bailador.
Un poco triste.

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